El papa Francisco no necesita de publicidad ni de todo el aparato
policiaco-burocrático-mediático que se armó alrededor de su visita a México.
Tiene méritos personales, es una figura mundial, jefe de un Estado minúsculo,
pero dirigente de una Iglesia universal, organizada y coherente; en México
cuenta en sus filas, todavía, con la mayoría de los habitantes.
El obispo de Roma, el primado entre los obispos del orbe, no requiere
cajas de resonancia para que su voz se escuche; la Iglesia católica que
encabeza y representa, a pesar de errores y tropiezos de algunos de sus
jerarcas, a pesar de la pederastia, la más baja expresión de la lujuria,
conserva autoridad moral por su historia, su obra universal, su doctrina, la
misma de su fundador, por la presencia de sus sacerdotes en todo el país y por
el testimonio de sus santos y la sabiduría de sus maestros y doctores.
El humanismo católico choca frontalmente con los principios egoístas del
neoliberalismo y el Papa peregrino contrasta con la pequeñez de quienes
oficialmente lo reciben, preocupados por el escenario en que se moverán, las
fotos, la publicidad a los lugares que visitará, por demostrar la eficacia de
los operativos implementados para recibir a quien llega sin boato, sin más que
su mensaje de buena nueva.
Para el pueblo creyente de la capital, la visita de un Papa, sus
recorridos por las calles de la ciudad, significa la posibilidad de verlo
aunque sea unos segundos, de oír su mensaje; la gente acudirá como ya lo ha
hecho con otro pontífice, a recibir su saludo, a escucharlo; le aplaudirán y
pedirán su bendición, esto aun cuando su visita no fuera oficial y los medios
del sistema no exaltaran su viaje para provecho de su tarea permanente de
aturdir y distraer. Para los creyentes, los espontáneos seguidores de
Francisco, lo que hacen las autoridades federales y locales no es bien visto o
les tiene sin cuidado, ellos, el pueblo, seguirán el ve- hículo del Papa sin
estorbar, sin dañar a nadie, con su fe firme y sencilla y con profundo
entusiasmo.
Lo que oficialmente se ha hecho, presentar el viaje como algo
banalespectacular, chillón, con actos y actores acartonados, pretende restar
grandeza a la visita e interfiere con la espontaneidad popular. Creen los que
mandan que algo se les contagiará de popularidad, de respeto, cariño de los
fieles si participan en ceremonias o salen en la foto; es muestra de miopía e
inmadurez, pero así está nuestro mundo político. Debe dejarse al pueblo de la
ciudad y del país entero, que exprese sin estorbos su fe espontánea y sincera.
Entre el mar de datos con los que se satura el mundo de las noticias,
encuentro algunas observaciones que contrastan. Es un exceso que varios días
antes de la llegada del visitante se cierren calles, se haga ostentación de
fuerza y de dispendio; el Papa llegó el viernes en la noche y desde el jueves
se dificultó (más) el tránsito citadino y el espectáculo de vallas y policías
mostrando sus armas se multiplicó.
Pero no todo es chabacano y errático; abundan los datos positivos: un
amigo me comentó que los cultivadores de flores de Xochimilco, organizados y
animados por su jefe delegacional se encargaron de adornar la Catedral y de
arreglar los jardines de los alrededores, sin ostentación, sin reflectores,
contribuyeron con lo que es tan valioso, su patrimonio tangible e intangible de
flores y tradición en su cultivo y arreglo.
Otra buena nota fue el comunicado del Sistema Universitario de los
Jesuitas, cuya orden religiosa se ha distinguido desde el virreinato por
participar en la educación de los jóvenes, hoy les alienta y anima la visita de
un Papa integrante de la Compañía de Jesús, además hispanoamericano. Comparto
la frase del rector de la Universidad Iberoamericana, David Fernández Dávalos
SJ: No dará soluciones a nuestros problemas, pero nos puede cambiar el
ánimo. Eso espero, lo necesitamos.