domingo, 28 de febrero de 2016

TRIBUNA, EL PAÍS. Francisco en un país conservador; 17 de febrero del 2016

En ninguna otra visita el papa Francisco habló tan fuerte y claro a los obispos, como en México
En ninguna otra visita el papa Francisco habló tan fuerte y claro a los obispos, como en México. Tampoco en ninguna otra visita el pontífice ha hablado sin ambages de la corrupción, el narcotráfico y la violencia, como en México. Frente a los políticos que fueron a sacar raja política de su presencia, como a las masas acostumbradas a adorar al icono papal más que a su catequesis.
Francisco ha visitado uno de los países católicos más conservadores del mundo. Junto con el colombiano, el episcopado mexicano es el más retrógrado y elitista de América Latina. Por eso Juan Pablo II visitó el país cinco veces y por eso los católicos se sienten aún más cómodos con él. Bergoglio tuvo que pensar dos veces si quería ir a México. La presión e invitación corrió por cortesía del gobierno mexicano. Sabía que aunque pudiera tener discursos incómodos sería mejor para darle respiro a la coyuntura social y política que ahoga a la Presidencia.
Pero el Papa lo sabía bien. ¿A qué iba a México si el episcopado apenas lo tolera? ¿a qué ir a México si los obispos mexicanos, en general, van muchos pasos atrás que Francisco prácticamente en todas las dimensiones pastorales que hoy impulsa el papado? Pero el gobierno insistió. Querían aprovechar lo que de cualquier forma genera el fenómeno papal en México. Los números ya se han publicado. Millones de pesos invertidos en promocionar a los gobernadores anfitriones, millones de pesos obtenidos por la comercialización de la visita, un gobierno federal que hizo comunicación política para su beneficio a costa de la figura papal.
Pero Bergoglio, como buen jesuita, no sólo no es corto en las artes de la estrategia y tácticas políticas, sino que, como decía San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús: “hay que entrar con la de ellos para salir con la nuestra”. Estos días en Argentina he recogido multitud de testimonios de quienes trabajaron con Bergoglio, tanto en su faceta de provincial de los jesuitas como de obispo y Arzobispo. Todos alaban su claridad política para incomodar a los poderosos, sean caciques o políticos profesionales. Y todos aseguran que cuando los políticos van, él ya regresó.
¿Quién utilizó mejor la visita para sus propósitos? ¿el gobierno o el Papa?. Seguro que cada parte hará las cuentas y verá los rendimientos. Pero Bergoglio aprovechó la presión del gobierno mexicano para escoger lugares políticamente calientes y desde ahí construir un discurso de empoderamiento civil resucitando aspectos clave de la teología de la liberación pero con lenguaje pontificio nuevo, simple, de la calle, el necesario para movilizar a unas bases católicas adormecidas por la alienación religiosa.
Francisco proviene de una iglesia entregada a la dictadura argentina y cómplice de la peor violación a los derechos humanos en la historia de ese país. Sabe lo que es una iglesia política aliada al poder político. Él lo vivió desde una iglesia que no se hizo cómplice de los militares pero que tampoco se alineó a la iglesia militante de la teología de la liberación que se articuló social y políticamente para enfrentar por cualquier medio a la dictadura. Hoy personificado en Francisco se ha puesto más del lado de esa iglesia de base alejada de los intereses políticos y ocupada de la agenda de los excluidos y la defensa a ultranza de la dignidad de las personas y los derechos humanos.
Si México fue clave para Juan Pablo II para reafirmar un catolicismo no comprometido socialmente, espiritualizado y aliado al poder político cuyo emblema fue Marcial Maciel, hoy Francisco vio en México la oportunidad de revertir ese proceso y relanzar un catolicismo preocupado por la justicia, los empobrecidos, los oprimidos, justo en un país acostumbrado a que la religión cumple el papel de opio del pueblo.
Francisco en sus discursos y homilías en México ha recuperado la esencia de la teología de la liberación: la fe cristiana tiene que ser un instrumento de liberación de los pueblos. ¿Liberación de qué? De la injusticia estructural, de la impunidad, de la corrupción, de la violencia, del narcotráfico. Para este papado los cristianos tienen que complementar el templo con la calle, el rezo con el compromiso social, la convicción de fe con la autoafirmación ciudadana mejorando la polis. El papa ha creído que México era la oportunidad adecuada para espabilar a los católicos dormidos en el sueño de la indiferencia social y la dejadez política. Ha sido la ocasión propicia para evidenciar que los obispos deberían oler más a pueblo y no a campos de golf.
En Buenos Aires todos recuerdan a Bergoglio en el metro, en el bus urbano, en las villas miseria, sin coche y sin secretaria, viviendo en un cuarto sencillo. En México no estamos acostumbrados a ver a los obispos así, salvo las excepciones de Samuel Ruiz, Sergio Méndez Arceo, Pepe Llaguno, Arturo Lona, Sergio Obeso y ahora, Raúl Vera. Pocos, excluidos, atacados y vistos como bichos raros en el episcopado. Pero esa iglesia comprometida socialmente siempre ha existido en México, periférica, pero hoy reconocida e impulsada. En un encuentro de Francisco con los jesuitas mexicanos, que no pertenecía a la agenda pública, él les dijo: “sigan trabajando, por la dignidad, por la dignidad de Jesús. Que no termine negociado en la cruz para que vivan mejor los que lo crucifican”.
No sabemos si esta visita papal hará que México siga siendo esencialmente conservador. Él se va , pero se quedan los jesuitas y muchas congregaciones religiosas que han apostado, no ahora, sino desde el Concilio Vaticano II, por unir fe y justicia. Francisco ha movido las entrañas de nuestra sociedad y de la jerarquía católica. Veremos pronto sus consecuencias.
* Juan Luis Hernández es politólogo, Director del Departamento de Ciencias Sociales de la universidad jesuita en Puebla.