Mi respeto a Carmen Aristegui.
Este escrito parte de una
premisa: nuestro México, el de las actuales generaciones, no da para más. Se
agotaron sus magnificencias y se preservaron vicios. Eje de un deseable remedio
es aceptar que nuestros grandes propósitos de patria, democracia y justicia
fallaron en su conjunto. Se agotó el sistema en todo lo deseable. Su derrumbe
incluyó a un sepulturero. Hay que crear un nuevo orden, no con los antiguos
modelos, sino con otros visionarios, promotores del mejor futuro posible y
rigurosamente realistas.
Los viejos propósitos siguen
siendo los mismos, son principios inmutables, imperativos. Las que produjeron
este desfase fueron las prácticas aplicadas. Resultaron claramente
contrahechas, fallidas y costosísimas. Fueron décadas de simular, de
protagonismos triunfalistas, nefastos. En tanto, el mundo ha sido arrebatado en
un torbellino de cambios en lo geopolítico y en la vida interna de los países.
¿Las causas?, muchas. Muchas, algunas que México comparte; lo que no compartió
fue el sentido visionario y la capacidad de ejecución de ciertos líderes de
aquellos rumbos. En un examen corto, para nuestro terruño han sido más de 15
años de quehacer errante.
En 1980 se formuló una alerta, un
libro que se llamó Última llamada. Sus argumentos eran totalmente válidos. La
crítica oficialista lo trivializó burlona. El gobierno lo despreció y llevó a
su autor a exiliarse en Falfurrias, Texas, lo que llevaba todo un mensaje de
desprecio del exiliado a quien lo expulsó. Alertas como aquella se han
multiplicado inútilmente. Las críticas que hoy se producen ya no operarían para
el presente, es muy tarde. Hay que empezar a dibujar el mañana. No es sugerir
futurismo político. Es pensar en lo que debemos dejar como legado. Es un acto
de responsabilidad.
A dos años, ante el derrumbe,
¿qué México? es la gran cuestión. Debemos empezar por ahí, definir el México
deseable. Deseable con prudencia, con serenidad e inteligencia. ¿Qué México? es
la gran cuestión. Es una tarea antes que todo de patriotas, de ilustrados en la
brega o en el aula, de experimentados y sobre todo es tarea de honestos. El
México deseable, viable, no es de difícil definición, el problema es aceptar y
enfrentar los graves problemas que hemos postergado. El país por todos anhelado
es aquel donde haya justicia, probidad, salud, educación, empleo, cohesión
social, compromiso con el ambiente y prestigio internacional. No son
eufemismos, si no todos, a los más los hemos tenido ya en términos discretos.
El inmediatismo nos vuelve a
empujar a analizar a los supuestos candidatos, inercia engañosa. No es ningún
mérito señalar que primero habría que dilucidar qué México deseamos, compatible
con lo posible, y sólo entonces deducir el quién ofrecería el mejor programa.
Actuar al revés es sencillamente inconducente al fin deseado.
Se necesitan seres humanos que en
el conjunto de sus decisiones y acciones ratifiquen poseer una idea de Estado.
Que sus solitarias meditaciones los lleven a grandes conclusiones, que posean
gran habilidad para leer las estrellas. Que sus actos no sean diseñados para
salvar el momento, sino que acaben por inscribirlos en la historia de la
grandeza. Que sepan pensar largo y actuar corto. Sí, pero el hombre vendrá
después. Hoy urge dar respuesta a la interrogante que definirá el futuro: ¿Qué
México?
Estamos ante la gran incógnita
para el sistema político, que es si sabremos hacia dónde debemos ir. La
tradicional pregunta: ¿quién será el bueno? no debe ser lo primero. Hoy, antes
de personalismos, el reto histórico de anticipar el futuro nacional es enorme y
demanda gran serenidad y perspicacia. Debemos ofrecer a la nación ideas,
compromisos, firmeza, sobriedad y ser capaces de contestar a ¿qué México estamos
buscando?
Como inspiración inicial sería
bueno releer una suma de talentosos ensayos coordinados por Jesús Ramírez
Cuevas en 2011, que es Nuevo proyecto de nación. En aquel tiempo no sufrió
descalificación alguna y hoy, seis años después, lamentablemente sigue siendo
actual, pues poco ha mejorado para la apreciación popular.
Es lamentable que en estos días
sea subversivo alentar la revolución de las conciencias y el pensamiento
crítico; hoy es subversivo promover la vuelta a una ética republicana y al combate
a la corrupción. Para un cierto establishment es atentatorio plantear un
retorno al estado de bienestar corrigiendo desviaciones, como inaceptable les
resulta pensar que el derecho a la felicidad es la aspiración esencial del
hombre. Por eso, con preocupación se plantea: a dos años, ¿qué México?
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